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Relatos de papel: Camp Half-Blood (VII)

jueves, noviembre 13, 2014

Si no has leído nada de Camp Half-Blood, te recomiendo que te pases por el índice, ahí encontrarás todo lo que precede a este relato. Además, os recomiendo que os paséis por el índice ya que a partir de ahora la historia de Daphne Miller (personaje de Gema), se juntará con la de Elizabeth Knight, por lo que iremos alternando los capítulos en ambos blogs (en el índice lo tendréis todo ordenado desde el momento en el que ambos personajes se juntan, pero os recomiendo que leáis los relatos anteriores de Daphne para conocerla mejor).  "Os robaremos la victoria, ¡¡y la cartera!!"

7

Después de cenar, Elizabeth se fue a vestir para la fiesta mientras todo iba tomando forma junto a las cabañas. Se puso un vestido negro de tirantes con la falda de tul, lo que hacía que pareciera una muñequita. En los pies había elegido unas simples manoletinas negras. Después se recogió el pelo en una trenza de raíz.
Cuando salió de la cabaña se dio cuenta de que lo que iba a ser una fiesta solamente entre los hijos de Hermes, se había convertido en una fiesta de todos los campistas para celebrar la victoria contra el Perro del Infierno.
–¿De dónde habéis sacado el alcohol? –preguntó Liz a los dos chicos encargados de la fiestas.
Ambos se encogieron de hombros.
–Creímos que la batalla contra el bicharraco infernal ese bien merecía unas buenas dosis de alcohol –dijo uno de ellos.
Elizabeth puso los ojos en blanco y se rio. Sería una buena manera de olvidar, por un rato, lo que se les venía encima. Un Sabueso del Infierno era un tema muy serio… Se giró y se encontró con Daphne de frente. Llevaba un pantalón corto color burdeos y una blusa beige. Se había recogido su larga melena en un bonito moño.
–Woow –dijo mirando a su amiga–. Sencilla, pero guapísima.
–Entonces mejor no hablo de ti. Hoy le conquistas.
Su cara pasó de pálida a colorada en cinco segundos.
–¿No crees que se te ha ido de las manos el tema de la fiesta? –inquirió Daphne agitando el vaso que llevaba y señalando con la otra mano a su alrededor.
Una chica de Hermes terminó de colocar unos altavoces y le dio al play. La música invadió todo el lugar haciendo que los campistas aplaudieran emocionados.
–En absoluto –la capitana le dio un trago a su bebida y empezó a mover la cadera al ritmo de la música–. Es perfecta. Seguro que en la universidad no tenías fiestas como estas –le sacó la lengua–. Y ahora, si me disculpas, voy a buscar a cierta persona.
Se bebió de un trago lo que quedaba de bebida, le robó el vaso a un sátiro que pasaba a su lado y sin esperar respuesta alguna se internó entre la multitud. La risotada de su amiga le llegó amortiguada por la música.

–¿Vosotros habéis montado todo esto? –le preguntó Dorian cuando se encontraron.
Llevaba una camiseta blanca y una camisa azul de cuadros por encima desabrochada. Había elegido combinarlo con unos vaqueros oscuros y unas zapatillas blancas.
–¡Ajá! Una fiesta de bienvenida para Daphne que se ha desmadrado y se ha convertido en una fiesta post-sabueso infernal.
–Me dijeron que fuiste tú la que dio la voz de alarma, ¿cómo?
Ella se encogió de hombros. No tenía respuesta para eso. La sensación de malestar que había sentido esa mañana se había disipado tras lo del ataque. Y la visión del chico era todavía más extraño. Dorian se dio cuenta de la incomodidad de la chica, por lo que, sin previo aviso, cogió el vaso de la pelirroja y lo dejó, junto al suyo, en el suelo. Le tendió la mano.
–Vamos a celebrar nuestra victoria, pues.
Sus manos se tocaron y Liz notó como corría la electricidad por sus dedos. Cuanto más tiempo pasaba con Dorian, más claro tenía lo que sentía por él.
–¿Sabes bailar?
–¿Bailar? –balbuceó ella.
–Baile de salón –Liz negó con la cabeza–. No importa, tú sólo sígueme. Yo te guio. Y si no sabes cómo mover los pies fíjate en los míos.
A ritmo de Vivir mi vida de Marc Anthony comenzaron a bailar el uno junto al otro. A pesar de que Elizabeth nunca había bailado nada parecido, se movían como si llevaran una vida entera practicando. Sus cuerpos encajaban a la perfección como dos piezas de un puzle. La pelirroja quiso preguntarle cómo había aprendido a bailar así, pero no quería romper el hechizo, así que se dejó embriagar por su colonia y por sus movimientos. Por suerte para ella, los demás estaban demasiado ocupados como para fijarse en ellos. Durante unos instantes sólo estaban ellos dos: no existían los monstruos. No existían los mestizos, ni los dioses. No había muertes, ni tragedias. No había nada más. Y se sintió libre, feliz.

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2 comentarios

  1. La verdad es que ya sabes que me encanta, pero yo no puedo no venir y decirte lo mucho que me encanta jajaja
    Sobre todo el baile entre Dorian y Liz me parece precioso, sin duda alguna. Sentirse por una vez libre, a pesar de todo lo que se les viene encima... les va a venir bien ;)
    ¡Un besín!

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